¿Anuncios "de contactos" o negocio sucio?

La crisis económica y de lectores en la que se ven inmersos los medios de comunicación de prensa escrita no puede ser una excusa. Pese a que los datos de beneficios son abrumadores, algunos medios sobreviven sin publicar anuncios de contactos, como Público que renunció a ellos desde sus inicios. El eufemismo es ya de entrada pernicioso porque los anuncios de contactos son en realidad, clara y llanamente, anuncios de prostitución. La libertad individual de las supuestas anunciantes y la libertad de prensa que esgrimen los distintos diarios que los publican se tambalea cuando salen a relucir las cifras de ingresos que reciben por esta vía (40 millones de euros anuales) y cuando se descubre que detrás de la mayoría de estos anuncios no hay personas sino redes ilegales de prostitución y trata.

El golpe que ha dado recientemente el Gobierno atacando a estas redes de anunciantes dejando en suspenso momentáneamente el debate sobre la prohibición de los propios anuncios, ha sido muy celebrado por algunos tabloides pero no les exime de la responsabilidad de dar cabida, eco y, sobre todo, de lucrarse a través de un medio que, como ha expresado la Ministra de Igualdad, Bibiana Aído, atenta contra la dignidad de las personas y banaliza la prostitución.

En efecto, es ilógico que lo que se condena en las páginas de noticias se publicite algunas páginas después y las voces de los editores que piden que se apueste por la autorregulación en lugar de por la prohibición, pecan de falsa ingenuidad porque cuesta creer que vayan a renunciar a tan jugosos ingresos por voluntad propia o por ética profesional, cuando no lo han hecho ya, pues hasta la fecha, muchos de los diarios no sólo no han renunciado sino que tampoco han implantado ningún tipo de medida de control y filtrado de estos anuncios.

Sorprende que este caso genere tanto debate cuando ya existen prohibiciones de anuncios como los de tabaco o bebidas alcohólicas de alta graduación, que no han llevado a la ruina, de hecho, a nadie por el momento. Mucho me temo que de nuevo en esto encontramos un sesgo de género, una mirada cínica e hipócrita; la doble moral de los que se indignan pero cobran -y pagan, el sábado noche-, adalides de la más enérgica repulsa en los días de guardar.

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